viernes, 12 de octubre de 2012

EL ORIGEN DEL GENERO HOMO



PALEOANTROPOLOGÍA

EL ORIGEN DEL GENERO HOMO

El hallazgo de unos fósiles extraordinarios en Sudáfrica avivan el debate sobre la evolución humana
El origen de nuestro género, Homo, sigue representando uno de los grandes misterios para quienes investigan la evolución humana.
Kate Wong

A partir de unos pocos datos, se ha planteado que Homo apareció en el este de África y que la especie a la que pertenecia Lucy. Australopithecus afarensis, dio lugar al primer representante de nuestro linaje, Horno habilis. El hallazgo reciente de fósiles en un yacimiento al noroeste de Johannesburgo podría contradecir esa interpretación. Los huesos corresponden a una nueva especie humana cuya mezcla de rasgos de Australopitlhecus y Homo hace pensar a sus descubridores que podría tratarse del antepasado de Homo.

Hace entre tres y dos millones de años, quizás en la sabana primigenia de África, nuestros antepasados adquirieron apariencia humana. Durante más de un millón de años sus predecesores australopitecinos, entre los que se hallaban Lucy y otros, habían prosperado en los bosques del continente africano. Ya eran bípedos y caminaban de forma similar a la nuestra, aunque poseían piernas más cortas, manos adaptadas para trepar por los árboles y un tamaño cerebral reducido, semejante al de los simios. Pero su mundo se estaba transformando. El cambio climático favoreció la expansión de la sabana y los primeros australopitecinos dieron lugar a nuevas líneas evolutivas. Uno de esos descendientes contaba con piernas largas, manos aptas para la construcción de herramientas y un cerebro más voluminoso. Era un representante del género Horno, el primate que dominaría el planeta.

Durante decenios, los paleoantropólogos han inspeccionado a gatas las regiones más remotas de África en busca de fósiles de los primeros individuos de Homo para intentar entender la forma en que nuestro genero se hizo prominente. El esfuerzo se ha visto poco recompensado: un fragmento de mandíbula aquí, unos pocos dientes en otro lugar ... Además, la mayoría de los fósiles recuperados, o bien corresponden a sus ancestros australopitecinos, o pertenecen a miembros posteriores del género Homo, especies más evolucionadas que no permiten saber cuál de nuestros rasgos distintivos surgió primero y qué fuerzas  selectivas propiciaron su éxito. Todavía no se han descubierto fósiles más antiguos de dos millones de años que conserven diferentes partes anatómicas y permitan tener una visión completa del plan corporal de los primeros Homo. Se piensa que su origen se sitúa en África oriental, donde se han hallado los fósiles más antiguos atribuidos al género, y que las características que lo distinguen le permitieron incorporar más carne a su dieta. un alimento muy rico en calorías en un ambiente en el que los frutos secos y las frutas se habían vuelto escasos. Pero el registro resulta insuficiente, por lo que el origen de nuestro género sigue representando un misterio.

Lee Berger. paleoantropólogo de la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo, tal vez ha dado con una pieza importante de este rompecabezas. Hace poco se ha descubierto un tesoro fósil que podría cambiar por completo el conocimiento actual sobre las raíces de Homo. En su despacho del Instituto de Evolución Humana de la universidad, Berger observa cómo Bernard Wood, de la Universidad George Washington, se mueve ante cuatro cajas de plástico extraídas de un envoltorio ignífugo y colocadas sobre una mesa cubierta de terciopelo azul. Las cajas, revestidas de espuma, contienen unos fósiles de dos  millones de años de antigüedad. La primera alberga una pelvis  huesos de las piernas: la segunda. costillas y vertebras; la tercera, huesos del brazo y una clavícula, y la cuarta, un cráneo.

Berger sonríe. No es la primera vez que ve esta reacción. Desde que halló los fósiles en 2010, científicos de todo el mundo han ido acudiendo uno detrás de otro para quedarse boquiabiertos ante los huesos. Teniendo en cuenta la configuración peculiar de los esqueletos, el equipo de Berger los ha atribuido a una nueva especie, Australopíthecus sediba. Además, debido a que presentan una combinación de rasgos primitivos, propios de Australopithecus, y otros más evolucionados, propios de Homo, han propuesto que la especie ocuparía un lugar privilegiado en el árbol filogenético. Correspondería al antepasado de Homo. La idea resulta revolucionaria. Si Berger se halla en lo cierto, los paleoantropólogos deberán replantearse dónde, cuándo y cómo apareció Homo y, ante todo, lo que significa ser un humano.

 CAMINO SIN SALIDA

En mitad de un camino polvoriento salpicado de rocas que serpentea a través de la Reserva Natural John Nash, Berger detiene el todoterreno y señala una pequeña pista que se bifurca a la derecha. Durante 17 minutos ha recorrido los 40 kilómetros que hay en dirección noroeste desde Johannesburgo hacia una finca salvaje de 9000 hectáreas de propiedad privada, y siempre había pasado de largo este desvío. Siempre había seguido la pista principal, atravesando un paisaje con jirafas, búfalos y ñúes,
para dirigirse a una cueva situada a pocos kilómetros de allí, Gladysvale, donde viene excavando desde entonces. En 1948, los paleontólogos estadounidenses Frank Peabody y Charles Camp acudieron a esa zona en busca de fósiles de homininos (los humanos modernos y sus antepasados extintos). Seguían el consejo del paleontólogo sudafricano Robert Broom, que había encontrado fósiles similares en las cuevas de Sterkfontein y Swartkrans, a ocho kilómetros de allí. Peabody sospechaba que Broom les había embarcado adrede en una búsqueda infructuosa, tan escaso fue el interés que le despertaron los yacimientos. Pero lo que no suponían Berger ni los que le precedieron era que ese pequeño camino a la derecha, uno de los muchos que abrieron los mineros a principios del siglo xx para transportar desde las canteras la piedra caliza con la que se construyó Johannesburgo, les conduciría a un descubrimiento irrepetible.

Berger, con 46 años de edad, nunca había imaginado realizar un hallazgo como el de A. sediba. Aunque pensaba que las raíces de Homo podrían encontrarse en Sudáfrica y no en Africa oriental, sabía que las posibilidades de hacer un gran descubrimiento eran bajas. Los fósiles de hominido resultan muy infrecuentes, de ahí que no albergara muchas esperanzas. Además, su trabajo se había desarrollado en la región de la Cuna de la Humanidad, una zona que ha sido explorada intensamente.
Sus cuevas habían proporcionado fósiles de australopitecinos, aunque se los consideraba más alejados del género Homo que los restos de australopitecinos hallados en el este de Africa. Así que Berger trabajaba con gran esfuerzo en Gladysvale, día tras día, año tras año. Entre los millones de fósiles de animales apenas había dado con unos cuantos de hominino, en concreto, de la especie A. africanus. Por ese motivo, decidió centrarse en la datación del yacimiento. Una de las mayores dificultades en la interpretación de los fósiles de hominino de Sudáfrica consiste en establecer con seguridad su antigüedad. En Africa oriental, los fósiles se sitúan en sedimentos intercalados entre capas de cenizas volcánicas procedentes de las erupciones que cubrieron el paisaje en el pasado. Los geólogos pueden determinar la edad de una capa volcánica mediante el análisis de su composición química. Un fósil hallado en una capa de sedimento entre dos capas de cenizas posee una antigüedad intermedia a la de los dos estratos volcánicos que lo enmarcan. Pero las cuevas de la Cuna de la Humanidad no presentan cenizas volcánicas. A pesar de ello, durante los 17 años de trabajo en Gladysvale,  Berger y su equipo ensayaron diferentes técnicas que les permitieran sortear la ausencia de cenizas para datar.

Las técnicas demostraron pronto su utilidad. El 1 de agosto de 2008, mientras buscaba nuevos yacimientos en una zona que había identificado con Google Earth, Berger tomó el camino de la derecha que hasta entonces había pasado de largo.Este le condujo a un hoyo de tres por cuatro metros excavado por los mineros. En una exploración superficial del yacimiento halló varios fósiles de animales, lo que le empujó a regresar otra vez para inspeccionarlo mejor. El 15 de agosto volvió con su hijo de 9 años, Matthew, y su perro, Tan. Su hijo se adentró en el bosque tras Tau y, después de unos minutos, gritó a su padre que había descubierto un fósil. Berger pensó que se trataría de algún resto sin  importancia, probablemente un hueso de antilope, pero en un gesto paternal acudió a ver el hallazgo. De una roca oscura, en medio de hierbas altas y cerca del tronco de un árbol partido por un rayo, sobresalía el extremo de una clavícula.

 Berger reconoció de inmediato que pertenecía a un hominino. En los meses siguientes encontró más huesos del dueño de la clavícula, además de otro esqueleto parcial. a 20 metros de la cantera. Hasta la fecha, Berger y su equipo han recuperado del yacimiento más de 220 fósiles de A. sediba, una cantidad superior al total de huesos que se conocen de los primeros Homo. Bautizó el yacimiento con el nombre de Malapa, que significa «hacienda» en la lengua local Sesotho. Con los métodos de datación empleados en Gladysvale, los geólogos del equipo de Berger determinaron la edad de los restos en 1,977 millones años, con un margen de error de 2000 años.

UN ANTEPASADO EN MOSAICO


El hecho de que los fósiles de Malapa incluyan numerosas partes anatómicas nos ofrece una Información excepcional sobre el orden de aparición de los rasgos fundamentales de Homo. Se
ha deducido así que las características distintivas humanas no surgieron todas a la vez, tal y como se pensaba. Fijémonos en la evolución de la pelvis y del cerebro. Las ideas tradicionales sostenían que la pelvis ancha y plana de los australopitecinos había evolucionado hacia la pelvis de Homo, en forma de cuenco, para permitir el nacimiento de crías con un mayor tamaño craneal. Pero la amplia vía del parto en la pelvis de A. sediba se asemeja a la de Homo, aunque tal rasgo va unido a un tamaño cerebral reducido, de unos 420 centímetros cúbicos (un tercio del nuestro). Esta combinación significa que, en el linaje de A. sediba, el mayor tamaño del cerebro no habría promovido la transformación de la pelvis.

La mezcla de rasgos antiguos y modernos en A. sediba no solo afecta a las características generales como el tamaño cerebral y la forma de la pelvis. La pauta se repite en niveles más profundos, igual que un fractal evolutivo. El análisis del interior de la cavidad craneal del macho joven demuestra que el cerebro, aunque de pequeño tamaño, poseía un mayor lóbulo frontal lo que indica una reorganización avanzada de la materia gris. Los huesos de la extremidad superior de la hembra adulta revelan la combinación de un brazo largo (un rasgo primitivo heredado de un antepasado arborícola) con unos dedos cortos y rectos adaptados a la fabricación y utilización de herramientas (aunque las inserciones musculares en los huesos indican una capacidad de prensión similar a la de los simios). En algunos casos, la yuxtaposición de caracteres primitivos y avanzados es tan extraña que, si los huesos no hubiesen aparecido juntos, seguramente se habrían adjudicado a especies distintas. Según el miembro del equipo Bernard Zipfel, de la Universidad de Witwatersrand, el pie reune un calcáneo similar al de los simios y un astrágalo que recuerda al de Homo.

Para Berger, el mosaico de rasgos tan extraordinario de A. sediba constituye una lección para los paleoantropólogos. De haber hallado alguno de los fósiles de forma aislada, él mismo los habría clasificado en diferentes especies. Tal vez habría asignado la pelvis a Homo erectus, el brazo a un simio y el astrágalo a un humano moderno. Como en la parábola en la que unos ciegos estudian las dife rentes partes de un elefante, habría estado equivocado. Berger afirma que con el ejemplo de A. sediba se demuestra la inexactitud de atribuir huesos aislados a un género. De este modo, según su punto de vista, no se puede asegurar que el maxilar de 2,3 millones de años hallado en Hadar (Etiopía), considerado el resto más antiguo de Homo, pertenezca en realidad al linaje de Homo.

Si se excluye ese maxilar, los restos de A. sediba son más antiguos que cualquier fósil datado de Homo, pero más modernos que los de A. afarensis. Por tanto, el equipo de Berger piensa que esa posición le convierte en un candidato óptimo para ser el último antepasado de nuestro género. Incluso, teniendo en cuenta los rasgos avanzados de A. sediba, podría representar el ancestro de H. erectus (algunos consideran que una parte de este corresponde a una especie distinta, H. ergaster). Frente a la idea tradicional de que A. afarensis dio lugar a H. habilis y este a su vez a H. erectus, Berger propone que A. africanus es el antepasado de A. sediba, y este originó a H. erectus.

Tal visión relegaría a H. habilis a una rama lateral, sin descendencia, en la familia humana. también  situaría en esa línea extinta a A. afarensis, una especie considerada durante mucho tiempo la antepasada de todos los homininos posteriores, entre ellos A. africanus y Homo. Berger señala que el astrágalo de A. sediba es más antiguo que el de A. afarensis, lo que indica que A. sediba, o bien experimentó una regresión evolutiva y desarrolló un hueso más primitivo, o desciende de un linaje distinto del de A. afarensis y A. africanus, del que aún no se han descubierto fósiles.

Berger opina que se ha apostado demasiado alto por los fósiles hallados en África oriental. Ahora hay que reconocer la existencia de otras posibilidades que se deben explorar. Quizá la hipótesis que sitúa el origen de los humanos en África oriental (East Side Story) resulta errónea. La idea tradicional considera que los fósiles más antiguos de hominino hallados en Sudáfriea representan una linea evolutiva que no tuvo descendencia. Ahora, A. sediba podría contradecir ese planteamiento y demostrar que en Sudáfrica hubo un linaje que dio origen a los humanos actuales. De hecho, la palabra sediba significa «fuente» o «manantial».

Pero William Kimbel, de la Universidad estatal de Arizona, que dirige el equipo que halló el maxilar de 2,3 millones de años en Etiopía, se manifiesta en desacuerdo. Según el, la idea de que se necesita todo un esqueleto para clasificar un fósil carece de sentido; lo fundamental consiste en idcntiftcar partes anatómicas que contengan rasgos diagnósticos. Y el maxilar de Hadar presenta características que lo relacionan con Homo, como la forma parabólica de la arcada dental. Kimbel, que ha visto los fósiles de Malapa, aunque no los ha podido estudiar con profundidad, admite la sorprendente semejanza de los rasgos con los de Homo, si bien no sabe cómo interpretarla. Pero se mofa ante la sugerencia de que puedan corresponder al antepasado de H. erectuss. «No imagino cómo un taxón de Sudáfrica con alguna característica de Homo podría ser su antepasado, cuando en África oriental existe un fósil 300.000 años más antiguo que pertenece claramente al género», declara refiriéndose al maxilar de Hadar.

Kimbel no es el único en rechazar que A. sediba represente el ancestro de Homo. Meave Leakey, del Instituto del Lago Turkana en Kenya, que ha investigado fósiles de África oriental, apunta a la falta de concordancia entre los datos, en especial los cronológicos y los geograficos. Según ella, resulta más probable que los homininos sudafricanos constituyan una línea evolutiva independiente que se desarrolló en el sur del continente.

René Bobe, de la Universidad George Washington, afirma que si los fósiles de A. sediba fueran más antiguos, de unos 2,5 millones de años de edad, se podría aceptar que se trata del ancestro de Homo. Pero con 1,977 millones de años, poseen una morfología general demasiado primitiva como para corresponder a los antepasados de los fósiles identificados en los alrededores del lago Turrkana, de una edad ligeramente inferior pero con numerosos rasgos indiscutibles del género Homo. Berger responde que A. sediba seguramente ya existía como especie antes que los individuos de Malapa. Pero Uobe y otros mantienen que no se dispone de ninguna información en ese sentido. Según él, los paleoantropólogos tienden a pensar que sus hallazgos ocupan una posición clave en el árbol fllogenético de los homininos, pero la mayoría de las veces no es así. Desde un punto de vista estadístico, si África albergó diferentes poblaciones de homininos que evolucionaron de distinto modo, ¿por qué el fósil que alguien encuentra debe ser el antepasado común?.

Wood, en cambio, apoya las ideas de Berger. En especial, cuando afirma que el hallazgo de A. sediba nos enseñaria que los huesos aislados no permiten predecir el resto del esqueleto y que la combinación de rasgos en fósiles anteriores no hacen descartar otras posibilidades. Pero rechaza que A. sediba sea el antepasado de Homo, por presentar escasos caracteres que lo relacionen con él. Opina que los rasgos de A. sedíba pudieron evolucionar de forma independiente del linaje de Homo. Según él, A. sediba debería haber cambiado mucho para convertirse en H. erectus.

La respuesta a la cuestión de si A. sediba pertenece a nuestra línea evolutiva se ve obstaculizada por la falta de una clara definición del género Homo. Pero llegar a un consenso entraría mayor dificultad de lo que parece. Debido a la escasez de fósiles de ese período de transición, la mayoría de ellos muy fragmentarios, resulta complicado determinar los primeros rasgos de Homo que lo diferenciaron de sus antepasados australopilecinos, los cambios que lo hicieron humano. Los esqueletos de Malapa ponen de manifiesto un hecho desconcertante: al ser mucho más completos que cualquier fósil de los primeros Homo, se hace muy difícil compararlos con ellos. Berger afirma que A. serdiba nos obligará a establecer una definición.

TODO EN LOS DETALLES


Sea cual sea la posición evolutiva de los fósiles de Malapa, sin duda permitirán confeccionar el retrato más completo de los homininos más antiguos, en parte, gracias al hecho de contar con varios individuos. Además de los dos esqueletos parciales de un macho joven y de una hembra adulta, el equipo de Berger ha recuperado huesos de al menos otros cuatro individuos, entre ellos una cría. Un hecho destacable, si se tiene en cuenta la escasez de datos poblacionales en el registro fósil humano, a
lo que se añade el magnifico estado de conservación de los restos. Se han desenterrado huesos que no suelen sobrevivir a los estragos del tiempo: una escápula del grosor de una hoja de papel, una delicada primera costilla, huesos de dedos del tamaño de guisantes y vertebras con apófisis conservadas. Y varios huesos de los que antes solo se disponía de fragmentos aparecen aquí íntegros. Antes del descubrimiento de Malapa, no se había identificado ningún brazo entero de los primeros homininos.
Por tanto, todas las longitudes de las extremidades utilizadas para interpretar aspectos esenciales como la locomoción se basaban en estimaciones. Incluso a Lucy, el esqueleto de hominino más completo que se conocía desde su descubrimiento en 1974, le falta una buena parte de brazos y piernas. En cambio, la hembra adulta de Malapa conserva toda una extremidad superior, desde la escápula hasta la mano. Solo le faltan algunas falanges distales de sus dedos y huesos del carpo, aunque Berger espera poder encontrarlos. De hecho, cree que podría hallar el resto de los esqueletos cuando excave el yacimiento, ya que su equipo solo ha recuperado fósiles visibles en la superficie pero no ha buscado de modo sistemático fósiles enterrados a mayor profundidad. Con esas pruebas, y junto con otros datos, será posible averiguar el modo en que A. sediba se desarrollaba, la manera como se desplazaba por su entorno y la variabilidad morfológica entre miembros de la especie.

Pero no solo cabe esperar que los fósiles aporten nuevos datos. Malapa también ha proporcionado materiales que pueden ayudar a entender mejor A. sediba. Los paleontólogos pensaban que durante el proceso de fosilización lodos los componentes orgánicos del cuerpo (la piel, el pelo. los órganos) se descomponfan y desaparecían, excepto la parte mineral del hueso. Pero cuando Berger examinó el escáner tomografico del cráneo masculino, descubrió en la parte superior un espacio vacío entre la superficie del fósil y la del hueso. Al inspeccionar el espacio de cerca distinguió un patrón superficial que recordaba a los elementos estructurales de la piel. En la actualidad está realizando análisis
adicionales para saber si ese patrón tan extraño que ha hallado en el cráneo del macho, así como en el mentón de la hembra y en otros huesos de antílope del yacimiento, corresponde a piel.

Si se confirma la conservación del tejido cutáneo, podríamos averiguar el color de la piel y la densidad y características del pelo de A. sediba. También podría conocerse la distribución de las glándulas del sudor, un dato que permitiría deducir la capacidad de la especie para regular la temperatura corporal, lo que debió de influir sobre su actividad. Además, las glandulas sudoríparas ofrecen información sobre la evolución del cerebro. La aparición de un cerebro de mayor tamaño exigiría un mecanismo que mitigara el calor del ambiente (una característica distintiva de Homo), puesto que el cerebro es un órgano muy sensible a los cambios de temperatura. Si se conserva material orgánico, Berger podría incluso obtener ADN de los restos. Hasta ahora, el ADN de hominino más antiguo que se ha secuenciado tiene 100.000 atios de antiguedad y pertenece a un neandertal. Pero
debido a las condiciones de conservación excepcionales en Malapa, Berger alberga la esperanza de recuperar datos genéticos de los fósiles de A. sediba. De ser asi, se podría determinar si la hembra
adulta y el macho joven fueron madre e hijo, tal y como se ha propuesto, así como su relación con los individuos restantes del yacimiento. Además, tal descubrimiento motivaría la búsqueda de ADN en otros yacimientos y, si esta resultara fructuosa, podría zanjarse el debate sobre el parentesco entre las diferentes especies de homininos.

La conservación de restos orgánicos constituiría un hecho único en la paleontología de los homininos. Y el equipo de Malapa sabe que para convencer a la comunidad científica necesitará pruebas extraordinarias. Pero los primeros resultados analíticos apoyan esa hipótesis, y Berger piensa que muy probablemente los futuros análisis la confirmarán. De hecho, se han identificado restos orgánicos semejantes en huesos de dinosaurios [véase «Fósiles con restos de vida>>, por Mary H. Schweitzcr;
INVESTIGACIÓN Y CIENCIA, febrero de 2011), decenas de millones de años más antiguos que los fósiles de Malapa. Según él, los vestigios orgánicos podrían resultar más habituales de lo que
pensamos; simplemente, nadie los habla buscado antes.

Otro de los aspectos que nadie había examinado en un hominino de tal antigüedad es la presencia de sarro. La superficie de los dientes del macho joven muestra manchas marrones oscuras. Durante la preparación de los fósiles, se suelen limpiar los dientes para poder estudiar los restos de hominino. Pero Berger pensó que esas manchas podrían corresponder al material que los humanos de hoy eliminamos con cepillos de dientes o visitas al dentista. El sarro fósil proporcionaría una información valiosa sobre la evolución de la dieta.

Los estudios previos sobre la alimentación de los primeros humanos se basan en el análisis isotópico de los dientes. Este indica si un aninimal ha consumido plantas C3 (árboles o arbustos) o plantas C4 (hierbas y gramíneas). O señala si una especie carnívora consumía animales que a su vez comían esas plantas, o una combinación de ambos alimentos. Tales pruebas son indirectas e inespecíficas. En cambio, el sarro constituye un resto de la comida por sí mismo. En la actualidad, el equipo está
estudiando los fitolitos presentes en el sarro. Los fitolitos son cristales de silice que forman los vegetales y que resultan específicos para cada planta. El estudio de los fitolitos puede revelar las plantas que un animal consumió antes de morir. De los análisis de isotópos, fitolitos y marcas de desgaste dentario de A. sediba (que permitirán saber si consumía alimentos duros o blandos en las semanas que precedieron a su muerte) se obtendrá una información muy valiosa sobre su forma de subsistencia. Además, como se dispone de individuos con diferentes estadios de desarrollo, se podrá averiguar la alimentación de las crías y de los adultos.

En un artículo de revisión publicado en Science el pasado octubre, Peter S. Ungar, de la Universidad de Arkansas, y Matt Sponheimer, de la Universidad de Colorado en Boulder, destacaban que los últimos estudios habían revelado una diversidad y complejidad inesperada en la dieta de nuestros antepasados. Mientras que Ardipithecus ramidus, uno de los candidatos a ser el hominino más antiguo, consumía alimentos C3, igual que los chimpancés, otros homininos africanos parecían decantarse por una mezcla de C3 y C4. Según el estudio de Thure Cerling, de la Universidad de Utah, y sus colaboradores, publicado hace un año en Proceedings o.ftlle National Academy of Sciences USA, la especie Paranthropus robustus ingería sobre todo alimentos C4. Se esperan con impaciencia los resultados sobre el tipo de dieta que seguía A. sediba y si estos encajan con los datos paleoambientales de Malapa, que señalan una abundancia de pastos y de árboles. Quizás el tipo de dieta arroje luz sobre la forma en que A. sedíba utilizaba sus manos hábiles, adaptadas para el empleo de instrumentos, y si sus largos brazos, semejantes a los de los simios, le servían para trepar y alimentarse en los árboles.

LOS ULTIMOS MOMENTOS

Los homininos de Malapa habrían tenido un final sombrío. Posiblemente  una sequía les hiciera difícil abastecerse de agua. Berger piensa que, empujados por la sed, habrían intentado descender entre 30 y 50 metros en la caverna de Malapa en busca de alguna fuente para beber y, al hacerlo, hallaron la muerte.Tal vez el joven cayó primero y la hembra adulta, quizá su madre, trató de rescatarlo pero cayó también. Otros animales, como antílopes o cebras, alcanzaron el mismo destino y quedaron sepultados
junto a los homininos para la posteridad.

Curiosamente, los datos geológicos del yacimiento indican que la asociación fósil de Malapa se formó justo en el momento en que se producía un cambio paleomagnélico en la Tierra (una inversión en la polaridad del planeta en que se intercambian las posiciones de los polos norte y sur magnéticos). Esa coincidencia plantea la cuestión de si el fenómeno influyó de alguna manera en la muerte de estos individuos.

Se sabe muy poco sobre la causa de esos cambios magnéticos y si provocan alteraciones ambientales. Algunos geólogos sugieren que habrían generado estragos ecológicos almodiftcar el campo magnético que protege a los organismos de la radiación externa o al confundir los sistemas de navegación interna
que utilizan l as aves migratorias y otros animales que se orientan con el campo magnético terrestre. Malapa es uno de los pocos yacimientos en el mundo que registra un cambio paleomagnético y a la vez presenta un conjunto de fósiles de animales de ese momento, lo que podría ofrecer una información singular sobre lo que sucede en el planeta cuando los polos magnéticos se intercambian.

Otros indicios tal vez ayuden a conocer mejor el modo en que perecieron los individuos de Malapa. Los huesos fósiles de una hembra de antílope que se hallaba preñada en el momento de morir podrían indicar la época del año en que sucumbieron los homininos con un margen de error de pocas semanas,
ya que los antflopes paren a sus crías en un corto período de la primavera y el análisis de los huesos del feto permitiría conocer su tiempo de gestación. Las huellas de actividad de gusanos y escarabajos necrófagos podrían revelar también si los cuerpos de los homininos quedaron expuestos a la intemperie antes de ser enterrados por los sedimentos de la cueva.

De alguna forma, el trabajo en A. sediba. no ha hecho más que empezar. El pasado noviembre, en un viaje a Malapa en la primavera austral, Berger mostraba a los visitantes la tierra pedregosa entre el árbol donde su hijo encontró la clavícula y el hoyo donde Berger hizo su hallazgo. Mientras descendía al hoyo, señalaba los pequeños fragmentos de huesos que todavía asoman en las rocas a la espera de ser excavados. Los sorprendidos visitantes se aproximaban para ver el hueso del brazo de un individuo infantil, una mandíbula de un tigre de dientes de sable y la zona que tal vez contenga el resto del esqueleto del macho joven. Solo con los restos desenterrados por los mineros y las lluvias, el equipo ha reunido el mejor conjunto de fósiles de hominino que se conoce. Cuando los investigadores excaven los aproximadamente 500 metros cuadrados del yacimiento, Berger no duda de que identilicarán muchos más fósiles. Se prevé construir una estructura que proteja el yacimiento de las inclemencias meteorológicas y que sirva como laboratorio de campo. A finales de año se iniciará la excavación sistemática y se podrá trabajar en los depósitos no alterados por los mineros. Mientras tanto, en el laboratorio de la Universidad de Witwatersrand, los bloques de roca arrancados durante la explotación aguardan ser abiertos para desvelar sus secretos. Se están realizando tomografías para estudiar su contenido y descubrir fósiles de hominino, entre ellos el cráneo aún no encontrado de la hembra adulta.


Malapa es un yacimiento tan rico que Bergcr quiza dedique a él el resto de su carrera. Pero también está pensando en el próximo paso. Australopitheus sediba le ha hecho comprender la necesidad de obtener un mejor registro fósil. Los trabajos de prospección que le llevaron a descubrir Malapa le permitieron identificar en la Cuna de la Humanidad más de treinta yacimientos nuevos que podrían albergar fósiles de hominino. Está organizando un equipo que excave los lugares más prometedores.
Incluso tiene la vista puesta en zonas más alejadas. Otras regiones de Congo y Angola poseen formaciones kársticas, semejantes a las de la Cuna, en las que nunca se han buscado fósiles de hominino. Quizás allí, en esa tierra desconocida de la paleoantropología, podría dar con otras pistas inesperadas del amanecer de la humanidad que obliguen a rescribir la historia de nuestros orígenes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario